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26 oct 2007




Juan Bautista.


Y entonces Dioniso huyó del Olimpo después de asesinar a Zeus, bañase el cuerpo en sangre de sierva y de una dentellada sacó y devoró el corazón de su padre que dormía a lado la cómplice, Hera quien detuvo el puño colérico de su amante odiado.

Aquella noche de tremor y caos inició la dictadura de Apolo, el exterminio de los dioses se extendió hasta Etiopia. Asesinados y lanzados al fondo del lago Estigia. Apolo viajó desde el norte hasta el sur y con cólera infinita mató a hermanos y familiares.

Violó y mató a Hera, cazó a Artemisa, decapitó a Atenea, acribilló a Ares, inmoló A Efecto en el fuego de su forja, vació los mares de sirenas y ninfas, asesinó a su coro de musas, ahorcó con su telar a las moiras y únicamente dejó vivir a las furias para que siguieran a su hermano autoexiliado.

Dioniso vagó por la montañas y se dirigió a su vieja Tracia, siguió enseñando a los hombre a cultivar la vid y a las mujeres a dejarse llevar por el exceso. Los tiempos de la campaña a la India habían quedado muy atrás y el único lugar que lo pudo ocultar de las furias era el lugar más obvio para el soberbio Apolo. El desierto se volvió su nuevo escondite y permaneció en el desierto de los hebreos noches y días, días y noches, meses y años convirtiendo con un solo dedo el agua en vino y viceversa, siempre señalando al cielo con aquel dedo, para que si algún día su hermano Apolo se asomaba, supiera que con ese dedo había atravesado el torso de Zeus y que si se acercaba demasiado también correría con la misma suerte.

Las furias lo azuzaban hasta el delirio, enloqueciéndolo un poco cada día hasta que una mañana clara arribó a su cueva un joven barbado de nombre Jesús. Dioniso pudo ver en aquellos ojos el brillo fulgurante del universo. El joven había huido del látigo esterilizante de su padre y estaba en búsqueda de sí mismo y para eso necesitaba encontrar el adverso de su naturaleza apolínea. Dioniso le enseñó a convertir el agua en vino y el vino en sangre, el pan en carne, y sobretodo lo instruyó para resurgir de entre los muertos como él lo había hecho cuando los titanes lo despedazaron.

Un buen día el joven se fue, no sin antes rebautizar a su tío, como Juan. Aceptando satíricamente el apodo, porque jamás tuvo la misericordia de su hermano, Dioniso imitó burlonamente a su sobrino y empezó a bautizar a todos los que se acercaban a su río, hasta que llegó a ser conocido como Juan el Bautista.

Dioniso Retomado por la locura que había abandonado tiempo atrás con la ayuda de Rea, se hizo apresar por Herodes. En las mazmorras una joven se acercó a él, era bella e inocente, presa fácil para el influjo del exceso. Tenía el cuerpo de su difunta amante Afrodita. Y es así que una noche Dioniso salió de su prisión y se escabulló hasta el lecho de Salome. El excesivo placer fue tan adictivo que ésta llegó a amarlo y desearlo para ella sola, pero al no poder obtener más los favores del “Bautista”, pidió la cabeza a su padrastro y tío Herodes prometiéndole bailar la danza secreta que realizaban las Ménades.

Ya con el regalo en una charola Salome contemplaba una y otra vez la cabeza de su amado, lo balancea de mano en mano, hasta que unos gritos despavoridos se escucharon en el pasillo y llegaron a colmar todo el palacio. De repente de un golpe se desplomó la puerta de la habitación. Era el cuerpo de Dioniso el Bautista exigiendo su cabeza, la cual mordió la mano de la joven rodando hasta los pies del cuerpo decapitado, la haló de los cabellos y la colocó en su lugar. Ya reconstituido esté besó a Salome y después señaló el cielo con aquel dedo en el que la sierva había impregnado para siempre su sangre. Y se lanzó por la ventana desapareciendo desnudo entre la multitud.

Llegó a Roma, joven y bello como cuando era olímpico se quitó la barba y se volvió parte del grupo de amantes de Calígula. Entre orgía y orgía aconsejó a su emperador imitar a las Ménades. Así que regresaron las fiestas salvajes de canibalismo, masoquismo y zoofilia hasta que llegó un hombre pregonando supuestas palabras de su sobrino sin siquiera haberlo conocido. La cólera de Dioniso fue como con Licurgo y lo hizo decapitar de inmediato. Sin embargo la semilla de aquel hombre de Tarso ya había germinado. Su hermano Apolo había comenzado a lanzar sus designios de orden y opresión a los hombres.

Las hordas llegaron y todo aquello que era bello ya no lo era más, la oscuridad arribó y Dioniso vagó desarrapado, y para su enorme pesar; sobrio, por Italia, Únicamente acompañado de sus inseparables arpías, las furias, se internó en los bosques y se refugió en los Alpes por largo rato, hasta que un día bajo para conseguir vino en un pueblo. Saciando su sed escuchó a un monje y un comerciante discutir sobre un texto antiguo que no podían entender. El libro calló a lado de los pies del aun joven dios y leyó en voz alta. ¡Oh Zeus, oh padre Zeus, que todo lo encaminas a su fin, aparta para siempre de nosotros este peligro; asístenos, que no caigamos en poder de enemigo!Los dos hombres al ver al desarrapado encapuchado tirado en el suelo pronunciar aquellas palabras hermosas, lo pusieron en pie y lo llevaron a la biblioteca del monasterio, empezaron a transcribir palabra por palabra aquellos textos que nadie había entendido, mientras tanto las campanas tocaban avisando la caída de Constantinopla.

Su dominio del griego y el latín lo llevó a Florencia, donde narró lo fascinante de las fiestas de las bacantes, la hermosura de la música y el amor a lo bello. Su espíritu volvió a inflamar a las mujeres y los hombres, de repente todos voltearon a lo que Dioniso con tanto esmero ayudó y expandir en su incursión a La India.

Las fiestas de carnaval eran su época favorita, estaban impregnadas con aquel olor a bacanal que tanto le placía, era como regresar a los buenos tiempos. Dioniso era querido y conocido por muchos, dibujado y esculpido por los mejores, únicamente reveló su verdadera naturaleza divina a un joven pintor que expuso su más grande secreto entre sus finos trazos. Aquel dedo que era muestra de su victoria sobre Zeus y la sonrisa que enmarca su rostro eran las características del héroe trágico en el que se había convertido. No necesitaba máscaras, era el protagonista de la tragedia que había escrito.

Sin embargo como ocurrió en la corte de Nerón, un personaje enardecido por la opresión inmisericorde de Apolo, llegó a la ciudad e impuso una nueva dictadura donde se había impuesto el espíritu de libertino y alegre.

El día que quemaron a Savonarola Dioniso escogió la leña verde. La sangre de la sierva casi se había disipado sobre su piel, solamente quedaban unas cuantas gotas sobre aquel índice. Las furias día con día se acercaban más a él. No era mortal, pero era más vulnerable a los designios de Apolo el cual en algunas partes había proscrito el vino, la escultura y la pintura. Como último amparo viajo al nuevo mundo donde las furias lo sumieron en la demencia y no hubo quien le regresara su cordura derramada sobre la superficie de la Luna.

Un día, después de recoger el periódico del vendedor de tacos y comer las sobras de los pedazos de pizza de microondas que tiraban los empleados del Oxxo, se dispuso a dar una vuelta acompañado por sus amigas las furias que aleteaban alrededor de su cabeza, pequeñas y envejecidas como él, únicamente le jalaban las barbas encanecidas y los pelos de las orejas debes en cuando. Como rutina él las espantaba cual mosquitos en verano en la tundra Siberiana sin tener éxito. Entró a la Deportiva y se sentó relajadamente sobre una banca de piedra, cruzó la pierna izquierda sobre la derecha y observó a aquel seudo fotógrafo que le encuadraba. Recordó a aquel joven pintor al que reveló sus secretos y sintió empatía por el chico de la cámara. Dio la mejor sonrisa que tenía y mostró aquella señal de victoria que ya ni siquiera recordaba exactamente que significaba.







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